ETAPA SENSITIVA

  

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Casa natal
Nació en Moguer (Huelva) en 1881 en el seno de una familia acomodada. Su primera infancia está marcada por la soledad en su casa señorial y, al fondo, recortándose en el horizonte, el mar.
Este pueblo próximo al mar fue asociado por Juan Ramón a la luz y a la belleza: "La blanca maravilla de mi pueblo guardó mi infancia en una casa vieja de grandes salones y verdes patios". Graciela Palau de Nemes dice: "Tenía un balcón mudéjar y desde allí miraba la casa de enfrente, placer largo de los años cortos, y desde el mirador ... vislumbraba el espejo del mar". Juan Ramón recordaba que de pequeñito, en la calle de la Ribera, su delicia mayor era el balcón mudéjar "con sus estrellas de cristales de colores", y las lilas blancas  y las campanillas azules que colgaban de la verja de madera del fondo del patio, que describe en Platero y yo. Los recuerdos de su primera infancia están coloreados de azul, como su barrio, desde donde alcanzaba a ver el mar. También el amarillo figura entre en sus primeros recuerdos, como el del corral "dorado siempre de sol" de la casilla de Arreburra el aguador, que le quedaba enfrente.

 En 1893 empieza a escribir poesía estando interno en el colegio jesuita de Puerto de Santa María: "Me fui tristón  porque ya dejaba atrás algún sentimentalismo: la ventana por donde veía llover sobre el jardín, mi bosque, el sol poniente de mi calle". Y de ese colegio, solo destaca una circunstancia: "Había una ventana que daba a la plaza y por donde, las noches de primavera, se veía el ciclo profundo y dormido sobre el agua, y Cádiz, a lo lejos, con la luz triste de su faro". De estos años  de internado recuerda que que era solitario y jugaba muy poco.

A instancias de su padre, se matriculó en Derecho en la Universidad de Sevilla -aunque ya lo abandonó en el curso preparatorio- porque prefiere dedicarse a la pintura y a la poesía. Empieza a escribir muy pronto. Los primeros poemas datan de 1898, cuando tenía 17 años y muestran influencias de un posromanticismo becqueriano de tono adolescente.
   Su talante poético es reconocido muy pronto por los modernistas, en cuyo movimiento se insertan sus primeras creaciones literarias. En abril de 1900 recibe una tarjeta firmada por Rubén Darío y Villaespesa, pidiéndole que se reuniera con ellos en Madrid. Allí permanece dos meses y aprovecha para dar a la imprenta sus dos primeros libros: Ninfeas y Almas de Violeta. Ambos se orientan a lo que siempre será el mundo poético del autor: "la poesía es traducirse el poeta a sí mismo" a la vez que " un modo de acercarse a lo invisible por medio de símbolos". A pesar de esa raíz existencial y de su orientación metafísica, estas dos obras tienen escaso valor literario por sus excentricidades tipográficas (abuso de mayúsculas personificadoras), por sus excesos románticos (adjetivos y sustantivos exagerados: doliente, lasciva, orgiástico, mórbido, horrendo...), por la intencionada búsqueda de esdrújulas y, sobre todo, por la ausencia de una voz poética propia.

   En el verano de 1900 fallece su padre y, como consecuencia se agrava la dolencia psíquica que padecía el poeta. La familia decide internarlo en un sanatorio próximo a Burdeos. Allí permanece varios meses, que dejaron una importante huella en su poesía. Afianzó su conocimiento del francés, lo que le posibilitó la lectura de los simbolistas. Esto propiciará un giro en su obra, que se manifestará en RimasArias tristes y Jardines lejanos. También está presente en ellos la influencia de Bécquer.
   En Rimas el sentimiento dominante es la tristeza. El yo poético se nos muestra como un incansable
buscador de algo misterioso, presente en todas las cosas, pero que no acierta a definir:
       ¡Qué triste es amarlo todo
       sin saber lo que se ama!
       Parece que las estrellas
       compadecidas me hablan,
       pero como están tan lejos,
       no comprendo sus palabras.

   Siente nostalgia de "algo que no se halla allí" y, como "explorador de lo ignoto", el poeta espera una respuesta que no se traduce más que en sombras o fantásticas visiones. No obstante, la única realidad que se esconde tras esas sombras es la de la muerte, habitante omnipresente del mundo que nos ofrece el libro: los niños mueren, los jardines se convierten en cementerios y el amor está en lucha permanente contra ella.
La tristeza es también producto de la mirada hacia su propio interior:
     "Los pétalos melancólicos
      de la rosa de mi alma
      tiemblan".

   Este extenso libro todavía muestra una gran carga de ingenuidad juvenil. Junto a la figura central del yo poético, se destaca la de la amada, juvenil y melancólica, enamorada en silencio y sin remedio del poeta..., una mujer imaginaria. Además del título, otros elementos, como la mujer fantástica y fascinante que huye del poeta, están tomados de Bécquer.

   A finales de 1901 regresa a España. Primero se instala en el Sanatorio del Rosario, en Madrid. Permanecerá hasta 1905 en esta ciudad, escribiendo Arias tristes. Emplea en este poemario el romance, cuyo ritmo monocorde identifica el poeta con su propia sangre. Sigue con la búsqueda de un "algo indefinido y vago". En la primera parte, titulada "Arias otoñales", el camino elegido será el de las sensaciones que suscitan las cosas en sus momentos crepusculares: el otoño, la tarde, la muerte...
En la segunda, titulada "Nocturnos", la soledad existencial del poeta busca consuelo en paisajes
iluminados por la luna. A la luz de esta, el alma parece liberarse de la cárcel de la carne, las cosas se disuelven y surgen visiones de una transrealidad misteriosa, consoladora unas veces y amenazante, otras.
   La tercera parte, dentro del mismo clima, recibe el título de "Recuerdos sentimentales". Está dedicada a Sor María del Pilar. La mujer ocupa un papel importante y el paisaje queda relegado a un plano secundario. La amada, vestida de blanco, está en el paisaje y él la ve desde la ventana. Juan Ramón contó que el ambiente del Sanatorio del Rosario, en el Guadarrama, le ofreció los estímulos afines a su personalidad poética; paisajes suaves y suaves sensaciones. Y en ese ambiente estaba la mujer blanca, pura, sensitiva, buena y dulce (que se refiere a las novicias del Sanatorio). La visión de la mujer -muy asociada al color blanco- es más madura que en Rimas.
   En todo el libro hay muchos cuadros descriptivos, pero el poeta se persigue a sí mismo a través de todos ellos. Por eso selecciona cuidadosamente aquellos instantes en que el jardín o el campo concuerdan con su estado íntimo.
   Dos motivos temáticos importantes en el poemario son la novia blanca, que muchas veces representa la nostalgia, y el viejo misterioso, ciego unas veces y enlutado, otras. Este último simboliza la angustia y preocupación existencial y, cuando hay desdoblamiento de personalidad, representa el yo oscuro, frente al yo lúcido o racional.
   También apunta el libro el tema panteísta (concepción de la naturaleza como una unidad viva, consciente, con ciertas peculiaridades casi divinas, que se manifiestan en comunión con las cosas), tema que será más adelante muy importante en la poesía de este autor.
           Y ya, sola entre la noche,
           llena de desesperanza,
           se entrega a todo, y es luna
           y es árbol y es sombra y agua.

Cada una de las partes que integran el libro iba precedida de unas páginas musicales, lo que contribuye a crear un clima de especial romanticismo y emparenta con la estética simbolista, estilo que dominará en esta época.

Jardines lejanos es un libro parecido al anterior, pero más sensual. Recuerda a Francina, nombre con el que alude a una joven con la que mantuvo un idilio en Francia, y a las monjas del sanatorio, las novias blancas, que no pudieron amarlo y a las que recuerda con nostalgia. La expresión "carnes intactas" es recurrente y a menudo se asocia a colores suaves. La obsesión por la castidad de la mujer reviste la blancura de su propia sensualidad:

       Tengo fragantes mis manos
        para tus carnes intactas,
        si tus pechos están blancos,
        tú verás mis manos blancas.

La palabra clave de la tercera parte del libro es tristeza, sentimiento al que le ha conducido la insuficiencia del amor carnal y del espiritual. Pero este sentimiento potencia en él la capacidad de entender lo que le rodea, lo convierte en una especie de visionario que puede descifrar el misterio del mundo:

      Para sentir los dolores
      de las tardes, es preciso
      tener en el corazón
      fragilidades de lirio.

   En esta obra se muestra la concepción del universo como un libro de símbolos cuyas claves está destinado a descifrar el poeta. Utiliza aquí casi exclusivamente el octosílabo, a veces en estrofas de cuatro versos con rima de romance. Solo en cuatro poemas aparece el decasílabo de rima consonante alterna, precisamente en los que habla de Francina, la novia francesa. Se percibe una mayor precisión del vocabulario poético, las metáforas son originales y se encadenan y superponen. La relación del yo poético con la naturaleza es más directa e íntima, hasta el punto de decir en algún poema que se apropia de los atributos de esta. Siguen utilizándose los recursos estilísticos del libro anterior: enumeraciones, repeticiones, sugerencias vagas e imprecisas, pero con mayor maestría.

ETAPA MOGUEREÑA
  Juan Ramón pasa el verano de 1904 en Moguer. Allí escribe Pastorales, donde recoge toda la emoción y alegría de su regreso al pueblo, aunque también se inspira en el Guadarrama. El gusto por la naturaleza y lo popular tiene probablemente influjos de los ideales krausistas, con quienes mantuvo frecuentes contactos en Madrid. Los elementos del campo- troncos, bueyes, carretas, asnos y molinos- son frecuentes motivos temáticos. Siguen apareciendo los blancos personajes femeninos de los libros anteriores (aquí se cita mucho a una joven llamada Estrella y se menciona su muerte). También se habla de María, la hija del médico del pueblo, y de Blanca, ambas castas y admiradas. A Francina le sigue atribuyendo solo la blancura de la carne. Menciona explícitamente la necesidad de encontrar el amor. Por eso el paisaje está a veces saturado de características femeninas y toda la naturaleza sirve al amor:

     El agua lo va contando
     entre las flores del río.

Casa Museo
   En este libro también se evocan los lugares familiares del pueblo que se evocan en Platero y yo: el río, el cementerio, el pinar, el castillo viejo, la ermita blanca, las campanillas azules en el jardín, el pozo seco.
   La novedad estilística y métrica de Pastorales es la de dejar el verso con una frase o un vocablo incompleto, lo que da lugar a atrevidos encabalgamientos.

   En 1905 decide regresar definitivamente a Moguer, pero este ya no era el pueblo próspero que él recordaba, ni su familia una de las más acomodadas, y todo ello agudiza su melancolía. El tono juguetón y alegre aparece solo en Baladas de primavera, un libro muy variado desde el punto de vista métrico, que contiene estampas de la vida de Moguer: cantos a la mañana de la Cruz y a la del Corpus, al mar, a los domingos, a la mujer del campo... Empieza a asociar pureza y desnudez. La mujer más cantada es Blanca.

   Pero la nota más frecuente en la obra escrita en Moguer a partir de 1905 es una honda preocupación sensual. Hojas verdes y Elejías son los títulos de ese momento. El primero es más variado métricamente que el segundo, todo él en versos alejandrinos, en los que se duele por la falta de amor en su vida. En uno de los poemas aparece un símbolo muy significativo," naufragio de lirios", que representa la sensualidad, el fracaso de las aspiraciones puras del poeta, y en otros maldice la impureza de la mujer.

 A partir de 1908, el erotismo y la "tristeza de la carne"  se adueñan de su obra. La obsesión por el cuerpo femenino se muestra en escenas más o menos esteticistas , como en el poema "Con lilas llenas de agua, pero otras veces lo hace con referencias literarias a otras artes:

Con lilas llenas de agua,
le golpeé las espaldas,
y toda su carne blanca
se enjoyó de gotas claras.

¡Ay, fuga mojada y cándida,
sobre la arena perlada!


La soledad sonora (cuyo título procede de San Juan de la Cruz), Poemas májicos y dolientesLaberinto y Melancolía testimonian la profunda crisis interior del poeta. El tono se vuelve contradictorio y el sentimiento erótico predomina sobre el ansia de un amor blanco. El verso ha perdido sencillez en el fondo y en la forma. Domina el alejandrino y las figuras literarias se complican. El poeta se ha alejado del tono sencillo de su periodo modernista propio, sin exceso de influjo hispanoamericano. El colorido juega un papel estilizador.  Son poesías fastuosas que más tarde repudiará. En conjunto, la producción de Juan Ramón de los años de Moguer podemos insertarla en el Decadentismo. Es básicamente descriptiva, plasma elementos bellos exteriores alpoeta (inventados o estilizados casi siempre), objetos visuales o refinados. En medio de ellos, se pinta a sí mismo como un ser doliente. pero la atención no se centra en él, sino en las cosas bellas y tristes que le rodean. No es la campiña real real, Moguer, sino una idealizada.
Juan Ramón se encuentra inmerso en la calma excesiva de su pueblo, falto de estímulos exteriores importantes. Son los años del derrumbe del patrimonio familiar tras la muerte del padre y la tristeza de la carne se agrava. Para compensar se evade a un mundo aristocrático inventado, en el que se refugia de la realidad hiriente que le rodea.
El ambiente elegíaco, la tristeza romántica, los objetos refinados se repiten en los poemas.


                  
  En 1912 regresó a Madrid y conoció de lejos a Zenobia, la que luego sería su mujer. Se la presentaron cuando ambos asistieron a una conferencia en la Residencia de Estudiantes. El sentimiento amoroso aflora en su nueva poesía. En Sonetos espirituales  para describir estados de exaltación usa figuras relacionadas con el fuego, la luz y el oro. La sombra y todo lo relacionado con ella representan lo negativo.

   Estío armoniza con las circunstancias reales de la vida amorosa del poeta. Zenobia aceptó al poeta, pero inmediatamente se fue a Navarra con su madre. El tono de los poemas de la primera parte es alegre. Muchos de los poemas son un canto a la gracia y a la belleza de Zenobia, aunque no menciona su nombre. Los de la segunda parte son más tristes y desesperados.

CONVALECENCIA

Sólo tú me acompañas, sol amigo.
Como un perro de luz, lames mi lecho blanco;
y yo pierdo mi mano por tu pelo de oro,
caída de cansancio.

¡Qué de cosas que fueron
se van... más lejos todavía!
                                          Callo
y sonrío, igual que un niño,
dejándome lamer de ti, sol manso.

... De pronto, sol, te yergues,
fiel guardián de mi fracaso
y, en una algarabía ardiente y loca,
ladras a los fantasmas vanos
que, mudas sombras, me amenazan
desde el desierto del ocaso.


 Muchas poesías se titulan "Jardín", palabra que Juan Ramón asoció con el amor desde Arias tristes, pero los de este libro poco tiene que ver con el paisaje exterior: son producto de su elevada concepción del amor. La totalidad del sentimiento amoroso, la intensidad de la pasión, que ha dejado de ser solo de la carne,  resuelven el conflicto del alma y el cuerpo, concebidos aún como dos entidades distintas, pero que se purifican mutuamente:

     ¿El cuerpo tiene más hambre,
      o el alma?

 Para enaltecer el amor el poeta se vale del concepto de "altura", que le permite sobrepasar los límites de lo terrestre humano, y de las palabras "eternidad" e "infinito". La pureza atribuida a la amada es también atributo del poema, y la desnudez de la carne es un concepto positivo, aunque relacionado con la pasión.
   Aparte de la importancia de este libro en el plano significativo, el estilo ofrece importantes novedades: desaparece el sentimentalismo y surge un elemento emotivo intelectual que le da a los poemas un carácter hermético.